domingo, 28 de octubre de 2007

Convirtiendome a la religión Otaku *coffrikicof*

Pues nada... que estar rodeada de frikis... ¡Perdón! Otakus acaba teniendo sus repercusiones en la personalidad de una servidora. Y al fina he sido arrastrada a la Otakumanía *coffrikismocof* Y como algo así no sucede todos los días, pues he decidido hablar un poco sobre como ha ocurrido.

Todo empezó a principios de Mayo por culpa de Morwen, estábamos una tarde chateando en el foro del PLAP (Patrulla de Liberación Anti Plagios), sobre tonterías miles y diferentes. Y Morwen dijo algo como "Oh, my Kira!" en lugar del típico "Oh, my God!" y yo pregunté que quien era el tal Kira ese de los cojones que todos los días escuchaba hablar de él y no tenía ni puta idea. A Morwen casi le da un ataque al corazón (seguro que era Kira XD) y ella, toda rauda y veloz fue a buscar una imagen para enseñarme al tal Kira.

Y me explico, con todo lujo de detalles, que Kira es un Dios, y que, a partir de ahora no había que decir "Oh, my God!" sino "Oh, my Kira!" porque Kira era el Dios del nuevo mundo. Pobre Morwen... si es que está pa que la encierren XD. A mí me entró la curiosidad y pregunté que de donde había salido eso, entre Morwen y Ary me explicaron que era eso de Death Note y me pidieron amablemente que O lo lees, o lo lees. Me ayudaron a encontrar de donde descargarlo y me bajé el primer tomo (cuando supe que eran 12 casi me entra la depresión) para ver que tal. La verdad es que me lo leí de un tirón, sin apenas darme ni cuenta. La trama era buena desde el primer momento y cuando terminé el primero fui rápido a poner a descargar el segundo. Y ahí fue cuando me enganché del todo. ¿En que momento? Pues ante la aparición DEL PERSONAJE por excelencia.
Mi amado L...

Si es que... Fue verle y pensar "¡Jo! ¡Yo quiero un L para mí solita!" Tan guapo, tan misterioso, tan raro (porque raro es de cojones el tío, con esa manera de coger las cosas), tan único, tan excéntrico, tan inteligente... Vaya, que me enamoré del personaje pero más rápido que nada. Yo ya no pensaba que "Oh, my Kira!" más bien era "¿Si soy muy buena alguien me regalará un L para mí?" Ya no pude dejar de leer ni un solo día hasta que terminé los doce tomos. Cuando los leí todos pensé "Bueno, ya esta, ya no más fricadas" pero acabe metiéndome el anime y las dos películas en menos que canta un gallo. No era adicta al manga, pero sí a Death Note. Y eso fue el inicio de todo lo que sigue ahora.

Como me jodí una pierna en el curro y me pegué dos meses rascándome la panza en mi casita, y algo tenía que hacer para matar el tiempo, ¿no? Y en el mismo PLAP vi un anuncio de un foro de rol de Death Note, así que me decidí a rolear un poco por primera vez en mi vida. Como no podía ser de otra forma, en ese foro había más gente. Y, claro, también eran un poco frikis (no quiero ofender a nadie, pero es verdad... Y yo os quiero igual y lo sabéis), en poco tiempo nos hicimos amigos, es lo que ocurre cuando en un foro somos unos 14... Bueno, algunos nos hicimos más que amigos, pero esa es otra historia. Entre los que conocí, se encuentra Maya, esta sí ha sido una gran culpable de mi frikismo. Vamos, que la chica me ha enchufado más música japo en un día que todo el resto del planeta en una vida entera.

Y al final, pasó. Que entre ella y Ary me han convertido en una friki que te cagas y, coincidiendo con el viaje a Japón de mi padre pues le pedí unas cosillas. En realidad solo le pedí el cd de Chihiro Onitsuka, pero el buen hombre se acordó de su nena más de lo que le gusta admitir. Y me trajo muchas cositas. Este pedazo de Kimono de color rojo fue una de ellas.

También trajo ese muñeco tan feucho que ven, que resulta que hay que pintarle un ojo de negro cuando empiezas algo y cuando termines tienes que pintarle el otro. El bote que hay a su lado es el sake. Había pensado en pintarle un ojo cuando empiece a tomar Sake y pintar el otro cuando lo termine XD.

Y aquí esta el cd de Chihiro Onitsuka "The Ultimate Collection" sobre mis mangas de Death Note, que, por el momento, son los únicos mangas que tengo en versión no-pirata y los que me han hecho ir cada mes a Barcelona a comprarlos con puntualidad inglesa. Pero el fin de semana que viene es el friki salón y este año iré, así que creo que mi colección de manga se ampliará. Que tengo mono de Angel Sanctuary por culpa de Maya, de Evan, de Alex, de Ruri e incluso de Sevoftarter....Como pueden ver, hay más cosas, el dvd de la película Advent Children no me lo trajeron de Japón, esto me lo compré yo en el Fnac de Diagonal de Barcelona. Los palillos sí, son de Japón... y, como pueden ver, son rojos. Si es que mi padre me conoce como si me hubiera parido, y esa fue mi madre XD.
Tengo ganas de que llegue el fin de que viene para poder tener por fin un L en mis manos, porque, por las bragas de Cristo que yo no me quedo sin mi L. Aunque, a malas, (que coño a malas... a buenísimas) puede que incluso pueda tener mi propio L personal e intransferible.

Y para añadir un poco más de frikismo a esta entrada, la música hoy viene de la mano de nuestro amado Miyavi.

*Sandra y Maya se postran a sus pies mirándole con devoción*

¡Adoramos a Miyavi!

*Maya mira a Sandra y le dice*

-¿Como puede ser un tío si es más guapa que yo?

*Sandra observa a Miyavi*

-¡Joder! Tienes razón, es más guapa que nosotras.

*Se abrazan la una a la otra y lloran desconsoladamente mientras Miyavi se pira diciendo algo que suena a "¡Niñatas!"

Está sonando Onpu no Tegami de Miyavi.

lunes, 22 de octubre de 2007

El Cuentacuentos "Déjame que te cuente un cuento"

Déjame que te cuente un cuento, pero no un cuento cualquiera, no. Eso sería demasiado sencillo. Escucha atento, este cuento está escrito con palabras de cristal. Si apretas demasiado pueden explotar en tus manos, si no las sujetas lo suficiente, verás como se escurren entre tus dedos dejando que los sueños de los que esta hecho ese cristal se desvanezcan al chocar contra él. Y ya lo sabes, el cristal de los sueños es muy difícil de encontrar, fácil de perder e imposible de olvidar. Sujétalo con fuerza y con cariño, que nuestro cuento está a punto de empezar…

Hace mucho, mucho tiempo, en un mundo oscuro, sombrío, sin luces, ni colores, formado por tinieblas y dolor, nació una niña. Sólo hizo falta verla una vez para saber que sería diferente a todos los demás niños. Sus ojos tenían un extraño tono dorado, su pelo era rojo y su piel tan blanca y frágil que parecía a punto de resquebrajarse bajo cualquier tacto. La llamaron Sherezade y justo después de ponerle el nombre, su madre murió de un extraño mal. Cuando su padre la vio, comprendió que su pequeña había heredado el mismo mal que su madre. Su piel pálida hacía creer que si salía al oscuro mundo real, no lo podría soportar. Así que decidió mantenerla segura y a salvo en una jaula de cristal.

Sherezade creció allí dentro, sin saber de la crueldad real que había en el frío mundo que hostil se movía fuera de su pequeña jaula. Su padre le cantaba melodías que a ella le sonaban a mares turquesa, cielos rosados y campos de rojas flores. Dentro de su mundo, ella pintaba sueños de colores, ajena a la triste realidad, soñando vidas increíbles, segura de que, algún día, todo aquello que inmortalizaba con sus pequeños deditos en los blancos lienzos que su padre le traía, sería algo más que dibujos para ella.

Cuando cumplió 10 años lo preguntó por primera vez, quería salir al mundo real y ver lo que su mente soñaba. Su padre se negó, le habló de su rara enfermedad, esa que la hacía ser más pálida que los lienzos en los cuales pintaba. Ella no dijo nada, solo bajó la cabeza y continuó pintando. Esperó un tiempo y volvió a preguntar, obtuvo la misma respuesta y así Sherezade crecía preguntando y recibiendo negativas. Su padre empezó a colmarla de regalos, para intentar acallar sus ganas de ser libre, pero nada parecía contentar a Sherezade que cada día pintaba con un color menos. Su familia, preocupada, buscó por todos los rincones del mundo colores que no conocieran, para traérselos a Sherezade y conseguir que volviera a llenar su vida de alegría y color. Sherezade fue la persona en el mundo que más colores tuvo en sus manos, dicen que pintó con colores que ya no existen, que pintó con el color del cuerno de los unicornios, con el del polvo de las hadas. Pero eso no importaba, cada vez que recibía una negativa a su pregunta, eliminaba un color de su vida. Sus preguntas cada vez eran más continuas y su padre no acertaba a encontrar colores nuevos más rápido de lo que la niña los descartaba para siempre.

Una mañana fría de Enero, Sherezade se vio con solo tres colores en su vida. Rojo, negro y gris. Miró triste a su padre y le preguntó de nuevo.

-Papá, ¿puedo salir a ver el mundo real?

Su padre se encogió en su butaca, mirando a su niña palidecer mientras alejaba el tono gris de su lienzo tricolor. Dudó un segundo, con los ojos tristes apuntó estuvo de ceder, pero no podía hacerlo, no podía dejar que su pequeña saliera a ese frío mundo de dolor. Ella no sabía como era aquello, no lo podría soportar. Ocurriría como a su madre y no quería perderla del todo, su pequeña era el vivo retrato de ella, tenerla allí era como no haber perdido del todo a su esposa. Así que con todo el pesar de su corazón, de nuevo negó.

Sherezade alejó del todo el gris mientras destruía el lienzo que acababa de pintar. Sacó otro en blanco y lleno todo de rojo y negro. Oscuridad y sangre. Pintó un lienzo de dolores desgarradores y dejo que sus lágrimas se escurrieran sobre los colores convirtiéndolos en ríos de tinta que parecían querer llenarlo todo. Levantó la vista de nuevo a su padre, suplicándole esa vez, sin formular la pregunta, pero ya no hacía falta hacerlo. Su padre sintió flaquear su corazón, pero no debía ceder. Ya no tenía sentido hacerlo, si ella dejaba de pintar podría buscarle otros sueños. Podría comprarle un piano, una guitarra, un violín, hacer que la música llenara su vida de melodía en lugar de hacerlo con colores. Así que la miró de nuevo y negó.

Sherezade alejó el negro y volvió a destruir el lienzo. Empezando a pintar en uno nuevo tan solo con el rojo. Sus lágrimas eran cada vez más abundantes. Se puso de pie, mirando a su padre a los ojos a través del frío cristal de su jaula y suplicó. Su padre negó. Sherezade alejó el lienzo y el único color que quedaba en su vida, se dejó caer en el suelo y lloró. Lloró como nunca antes había llorado nadie. Sherezade lloró ríos, mares, tormentas. Lloró tanto que en unos minutos sus propias lágrimas le cubrían la cintura.

Su padre se asustó, si continuaba llorando así la jaula que creó para mantenerla a salvo, sería su perdición. Intentó consolarla, decirle que no llorara, pero nada parecía poder detener ese llanto que amenazaba con ahogarla en su dolor. Corrió en busca de las llaves de la jaula de su pequeña, el mar de dolor que salía de ella llegaba ya hasta su cuello y Sherezade continuaba llorando. Encontró la llave e intentó abrir la puerta para liberar a su pequeña de su mortal encierro de cristal, pero la puerta no se abría. Demasiados años luchando porque no se abriera la habían sellado de forma permanente. La pequeña Sherezade se ahogaba en sus propias lágrimas ante la mirada atónita de su padre que no podía hacer nada. Corrió hacía la butaca y la estrelló contra el frío cristal, pero no sirvió de nada, ni un solo rasguño consiguió infligir. Había construido aquella jaula para eso, para que nada pudiera destruirla, para que su pequeña viviera siempre feliz en un mundo mejor que lo que él había visto fuera. Y ahora él mismo había condenado a muerte a su más preciado tesoro, al sueño de su vida. Estaba viendo ahogarse lo que más amaba y todo por su culpa, por querer guardarlo tanto. Aporreó el cristal con las manos, hasta sangrar, mientras su pequeña se ahogaba sin dejar de llorar un mar de sueños rotos. Los colores con los que había pintado alguna vez se mezclaban con sus lágrimas creando un mar que parecía sacado de alguno de sus primeros dibujos. Su padre se aferró al cristal, mientras sus manos ensangrentadas golpeaban suplicando porque su pequeña no se ahogará, pero de nada sirvió. La vio morir entre colores y lágrimas en su jaula de cristal y se odió a si mismo por haber sido tan cobarde de no dejar que sus sueños vivieran de verdad.

Este cuento no es para los que guardan sus sueños bajo llave, es para los que los dejan volar libres para ver si se pueden realizar, es para los que tienen el valor de luchar por ellos, por los que golpean las jaulas que la vida nos impone. Hay muchos tipos de jaulas, algunas son tan bonitas que ni parecen una jaula, llenas de cosas que creemos necesitar. Algunas son simplemente nuestra piel, nuestra mente, nuestra cobardía, nuestros prejuicios. Hay jaulas que son la familia, o son nuestros amigos, hay jaulas que somos nosotros mismos y nuestro miedo al que dirán. Este cuento no es para ti si estás entre esa gente…

Este cuento es para los que se caen mil veces y mil una se levantan, con una sonrisa en el rostro y más ganas de batallar. Para los que se atreven a llorar sabiendo que después del llanto lucharán de nuevo aunque les duela cada día más. Es para los que ríen cuando deberían llorar y lloran cuando deberían reír. Para los que no tienen miedo de decir que no cuando están cansados de aguantar. Para los que nunca olvidan sonreír por muy gris que esté la vida. Para los que a pesar del miedo al fracaso buscan su meta en el incierto futuro que les espera. Este cuento es para la gente con valor pero con miedo, con orgullo pero humilde, con fuerza para aguantar los más duros golpes pero suavidad para regalar las más tiernas caricias.


Este cuento es para ti, que sabes quien eres, que has llorado cada lágrima de Sherezade y has luchado por abrir su jaula de cristal.

Ahora hazle un favor a ella y libérala.

sábado, 20 de octubre de 2007

Cayendo

A veces el mundo te suelta de pronto, sin darte tiempo a buscar donde aferrarte para no caer al más profundo y oscuro abismo. Y caes, como si de plomo se tratase, como si tu cuerpo pesara un millar de toneladas y no hubiera nada capaz de detener esa caída. Solo el frío, duro y oscuro suelo que te aguarda al final. Porque sabes que está ahí.

Lo malo no es caer, sino llegar al final, a lo más profundo de nuestro propio infierno, eso es lo que duele.

Duele cuando notas como todos tus sueños, tus ilusiones y tus esperanzas se rompen al chocar contra él como si de huesos se tratase. Eso es lo duro, eso es lo difícil. Quedarse solo, allí abajo, sin nada más que tu dolor y lo triste de tu verdad. Es duro saber que una sola palabra, una sola acción, una sola persona puedan hacer tal cosa. Desmontar tu mundo y ponerlo todo del revés. Volver lo blanco de color negro, lo caliente en frío, el cielo en el más oscuro de los infiernos. Es duro cuando nos damos cuenta de que necesitamos mucho más que a nosotros mismos para poder ser eso, para poder ser nosotros. Construimos un mundo a nuestro alrededor, y lo vamos decorando como si fuera nuestra pequeña casita, llenándolo de quienes nos importan de verdad y es difícil admitirlo, pero de quienes necesitamos tanto que parece que nuestro mundo se oscurece sin su presencia.

Caer es terrible, duele mientras caes, duele cuando llegas al fondo, duele cuando ves que es difícil volver a ponerse de pie y duele cuando levantas la vista y contemplas el largo camino que has de retomar hasta llegar de nuevo arriba. Ahora ese arriba es tan lejano que no llegas a verlo ni como un pequeño haz de luz. Además, ¿acaso importa lo que hay arriba? Ya no es como era antes, algo ha cambiado y el miedo a no saber que es lo que te espera cuando llegues, es más fuerte que tú. Así que te encoges, sobre ti mismo, convirtiéndote en un ovillo que intenta darse calor con su propio cuerpo ya que el sol está tan lejos, que es imposible sentirlo.

Y te miras a ti mismo, encogido, ahogándote, suplicando por dar marcha atrás y volver a estar como antes, o que el tiempo vuele y dejes de sentir ese terrible vacío dentro de ti. Porque ahora estás solo y esa es tu verdad, la gran verdad. Has caído y nadie a podido detenerte, nadie a podido aferrarte con la suficiente fuerza a ese mundo en el que vivías. Así que debe ser porque estás solo, ¿verdad?

Con los ojos aún húmedos a causa del llanto, levantas la mirada, el abismo se cierne ante ti, amplio, poderoso, vacío, frío, oscuro. Aquí no llega nada, no hay calor humano, no hay palabras de consuelo, no hay nada más que dolor. Pero, ¿es así de verdad o solo lo parece?

Allí, a lo lejos, una voz susurra tu nombre, te llama, te reclama, te dice te levantes, que no estás solo, que no pudo sostener al principio del abismo, pero que a bajado hasta los infiernos a traerte de vuelta, sin miedo a que el abismo sea muy profundo porque, hoy que tú estás mal, él tirará de los dos. Es una mano amiga que te sostiene ahora que no puedes caminar solo. Dicen que la verdadera amistad se demuestra en esos momentos, ser amigos cuando todo esta bien es fácil, lo complicado es ser amigo cuando alguien sufre de verdad y necesita algo más que esas tardes de charla animada. Ahora que estás en tu abismo, hundido, ahogándote, ahora que estás peor que nunca, ahora, tampoco estás solo. Has visto pasar los días, despacio, y les has visto quietos, esperándote a ti. Llamando cada día, regalándote consuelo y amor. Esperando que tu risa vuelva a llenar sus días de ti, porque ahora que tú no sientes calor, para ellos también hace un poco más de frío. Ellos también te necesitan en su mundo, en ese rincón para los amigos de verdad, porque para ellos eres alguien importante y eso es lo que tienes que recordar, por eso tienes que luchar. Porque en cada caída ves a quien le importas de verdad y hay que seguir en pie por ellos, por ti y por no darle a la vida el gustazo de verte sufrir.

Está sonando Opus 18 de Denis o'Halloran.

sábado, 13 de octubre de 2007

A través del Espejo

Se movía de arriba a abajo de la estancia, como una fiera enjaulada que lucha por salir pero que sabe que su encierro es mayor que esa simple estancia. La oscuridad lo envuelve todo, siente frío y soledad y algo le dice que su encierro no va a terminar nunca. Su cuerpo vibra a causa del estrés, de los nervios, de la impotencia, del saberse encerrado y condenado a no tenerla aunque eso fuera lo único que deseaba hacer en su vida.

La miraba cada día, cada noche. Contemplándola a través del espejo. La veía peinar esa larga cabellera roja con tristeza en sus ojos verdes. La había visto llorar mil veces y cuando ella lloraba era como si el mundo se rompiera, solo deseaba arrancarse su propia piel para secar sus lágrimas, abrazarla, envolverla con sus negras alas y susurrarle palabras tiernas al oído para asegurarle que todo iba a salir bien.

Se habían conocido tan solo un segundo, una vez, hacía años, en un sueño. En uno de esos sueños de los que despiertas sabiendo que era algo más. Desde esa noche se buscaban con desesperación, en cada sueño, en cada palabra, en cada beso, en cada nombre, en cada espejo...

Un día él encontró esa habitación. Era oscura, sucia y vacía, carente de vida y llena de ausencia y dolor. Solo había un espejo... y allí, al otro lado del espejo, estaba ella. Corrió a su encuentro en cuanto la vio, estirando sus manos para tocarla, pero el frío cristal le detuvo. Era un castigo, por sus pecados en vida, por sus muchos errores, por todo el dolor que había causado. Ahora podría verla, desde el encierro de su alma, pero nunca tocarla. La puerta se cerró tras él, impidiéndole volver a salir de allí.

Vivió sumido en la desesperación, observando esa imagen al otro lado del espejo. A veces, se agazapaba en un rincón y se golpeaba contra la pared mientras contenía su llanto mordiendo sus labios hasta hacerlos sangrar. ¿De qué le servían si no la podían besar? Al igual que sus manos, de nada valían si no la podía tocar. ¿Y sus palabras? Hacía tiempo que había olvidado el sonido de su propia voz de no usarla. Todos sus sentidos estaban intactos, pero solo la vista le servía de algo. Hubiera desechado incluso eso por un minuto de tenerla en sus brazos, de acariciar su cabello, de besar sus labios, de susurrarle que la amaba al oído.

Pero el tiempo pasaba y él continuaba en su encierro. Tenía miedo. Ella era humana, perfecta. Él un demonio de los sueños, algo a lo que no les está permitido amar. Pero lo hacía, la amaba, con su toda su alma, con eso que ni él mismo sabía poseer. Y ese era su castigo, por amar a quien no debía, por permitirse una debilidad humana. Ahora vivía encerrado, por su propio cuerpo que le impedía volar por los sueños de la gente y solo podía verla allí, en esa habitación.

De vez en cuando, otros demonios venían a regodearse en su dolor, a reírse de su desgracia, a escupirle por haberse convertido en lo que ahora era. Él les odiaba, ya no podía volver a ser como ellos, pero no era humano. Ahora era algo entre dos mundos, entre dos caminos. Cuerpo y alma no se correspondían. Se golpeaba contra las paredes sumido en la total desesperación. Había días que no podía con el dolor y sólo buscaba una forma de terminar con todo, pero no podía, él no podía morir y estaba castigado a no vivir eternamente.

Pero, un día, una voz le habló a través de la puerta, eran frases sin mucho sentido lo que escuchó, pero hablaban de poder estar con ella si lo entregaba todo en el camino, pero ¿que camino? Sólo tenía un espejo por el que asomarse al mundo de su amada. El frío cristal que había acariciado mil veces mientras la observaba. Ese era el único camino posible hacía ella, pero no entendía que tenía que entregar, ya no tenía nada. Sólo ese cuerpo que no reconocía como propio. Entonces lo entendió, eso era, tenía que entregarlo todo. Ella tenía su amor, su corazón, su alma y él solo poseía ese cuerpo imperfecto que de nada le servía si no podía tenerla a ella.

Apoyó las dos manos contra la fría superficie y cerró los ojos, concentrándose en su amada, pensando en dejarlo todo por ella, quizás sólo fuera un segundo, pero valía más eso que nada. Y lo sintió, el frío cristal parecía desvanecerse mientras estaba dispuesto a morir por ese segundo de tenerla entre sus labios. Notaba como su cuerpo se desgarraba mientras atravesaba el espejo, era como arrancarse el corazón, dolía más que nada de lo que hubiera visto nunca. Sus alas no cogían por el hueco de sus sueños, por ese espejo que les separaba. Ese era su precio, debía entregarlas, dejar de ser lo que era de verdad para estar un minuto a su lado. Sin alas no podría vivir, pero nada importaba si la podía besar una vez más. Pasó al otro lado. Cayó tendido en el suelo, a los pies de la pelirroja que lo tomó entre sus brazos mientras suplicaba no volver a perderle de nuevo. Él acarició su rostro, despacio y la acercó a él para depositar un suave beso en sus tiernos labios, mientras lo hacía, una lágrima recorrió su rostro, ni tan siquiera sabía que pudiera llorar. Eso debía significar ser humano.

-Te amo. No me dejes nunca. No lo soportaría.

Una sonrisa se dibujo en su rostro mientras sentía como su corazón latía por primera vez. Estaba vivo y eso era algo que no podía permitírsele a alguien como él. No iba a durar mucho, lo sabía, era mejor decirle lo que tenía que decirle y dejarse marchar con un beso de sus labios y viéndose en esos ojos verdes que tanto tiempo había contemplado.

-También te amo, más allá del alma, del cuerpo y de la propia existencia. No lo olvides nunca, mi pelirroja.

Y cerró los ojos mientras ella le zarandeaba para obligarle a despertar. Temblaba histérica. Notaba algo cálido deslizándose por sus manos, miró y supo que era lo que ocurría. La sangre resbalaba por sus manos. Se abrazó a él de nuevo, dejando que su llanto cayera sobre el cuerpo del único ser al que había amado de verdad.

-¡No! ¡No me dejes! ¡Por favor!

Elevó la mirada hacia el espejo por el que había salido y allí lo vio, sus alas rotas, desgarradas, ensangrentadas hechas jirones en el suelo de la estancia. Ya no había espejo, ni tan siquiera un pequeño cristal con el que acabar con el dolor que ahora se había instalado en su alma. Volvió a abrazarse a su cuerpo, se tumbó a su lado, acurrucándose contra su cuerpo mientras lloraba. No podía adelantarlo e irse con él ahora, pero no pensaba moverse de su lado hasta que la muerte viniera a por ella para volver a unirles. Si él se había sacrificado sólo por un minuto, ella podía hacer lo mismo por una eternidad a su lado.

Y así, abrazada a su cuerpo, esperó.

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Bueno, y hasta aquí este ¿cuento? Espero que les haya gustado... en su momento hubo otra versión del mismo, pero esta me gustó más.

lunes, 8 de octubre de 2007

El Cuentacuentos "Paranoia"

Premisas falsas, conclusiones estúpidas, risa alocada que envuelve todo. Golpeas, ruges, arañas, destrozas. Quieres romper con todo, deshacerte de ese cuerpo que te encierra y no te deja ser tú. La vida vuelve a carecer de sentido.

¿Lo ves? Tus ojos están secos y llenos a la vez. Miras a tu alrededor y no ves nada, no sientes nada. Parece que todo se ha vuelto gris y triste de nuevo. ¿Volverás a ver la luz del sol? ¿Volverá a brillar para ti?

¿Lo sientes? Duele y no hay nada, desvarío, quizás solo eso, penumbra y soledad manchada de tinta roja en fondo negro. Piensas, actúas, intentas levantar la cabeza y no dejar que las lágrimas salgan de ti. Te las tragas, junto a tu dolor, lo masticas, y continúas caminando. Siempre adelante. Eso te prometiste. Pero es mentira. Y tus conclusiones son estúpidas. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué te callas? ¿Por qué no gritas lo que quieres decir? ¿Por qué tienes que continuar haciendo lo correcto? ¿Por qué? Si sientes que te encierra a pesar de que no lo ves.

¿Lo escuchas? Está gritando. Saciando su hambre y su sed con tu cuerpo y tu sangre. Sube por tus tripas, clavando sus garras en la piel. Y caes, al final siempre caes. Y terminas tendido e inmóvil, casi inerte, esperando. Porque vuelve, siempre vuelve. Y cuando lo hace siempre se lleva más de lo que trajo, más que la última vez.

¿Tienes miedo? Tu boca niega, pero no puedes negar la verdad de tu mirada. Miras hacia atrás, esperando encontrarlo de nuevo, agazapado, en la oscuridad de las escaleras, pero no hay nada. Nunca hay nada. Agitas la cabeza, sonríes, la demencia te lleva por el camino de la paranoia. Ya imaginas cosas y crees verlas en cualquier lugar, y lo sabes, estas convencido de que solo viven en la locura de tu mente.

Entras al baño, rápido, enciendes la luz. No soportas verte a oscuras en el espejo, por miedo a que no sea solo tu reflejo el que te devuelva. Lo sabes, no estás solo ahí. En las sombras, los ves, esperándote, gritando tu nombre en susurros ahogados a tu oído.

Te giras y la cortina vuelve a estar corrida. ¿Quién lo habrá hecho esta vez? Maldices. Todos tus miedos parecen querer hacerte prisionero en ese cuarto de baño. Cuentas. Sumas, restas, números y más números. Si al final siempre es igual y abres la cortina rápido mientras tu corazón te dice que no lo hagas y tu mente racional te dice que allí no hay nada. Y no hay nada. Nunca hay nada. La recoges en un rincón, te vuelves ante tu reflejo de nuevo sonriendo. ¿Serás capaz de apagar la luz y ver tu reflejo en él? Acercas la mano al interruptor, temblando un poco y riendo mientras te preguntas si ya te has vuelto loco del todo.

Apagas la luz y un segundo de oscuridad fue suficiente para mí. Te estaba observando, esperando. En el hueco de las escaleras, en los pliegues de la cortina, en la oscuridad de tu reflejo anhelante. Soy tu locura convertida en verdad. Un grito lo llena todo y luego, sólo silencio y una mueca desencajada en tu rostro.