Déjame que te cuente un cuento, pero no un cuento cualquiera, no. Eso sería demasiado sencillo. Escucha atento, este cuento está escrito con palabras de cristal. Si apretas demasiado pueden explotar en tus manos, si no las sujetas lo suficiente, verás como se escurren entre tus dedos dejando que los sueños de los que esta hecho ese cristal se desvanezcan al chocar contra él. Y ya lo sabes, el cristal de los sueños es muy difícil de encontrar, fácil de perder e imposible de olvidar. Sujétalo con fuerza y con cariño, que nuestro cuento está a punto de empezar…
Hace mucho, mucho tiempo, en un mundo oscuro, sombrío, sin luces, ni colores, formado por tinieblas y dolor, nació una niña. Sólo hizo falta verla una vez para saber que sería diferente a todos los demás niños. Sus ojos tenían un extraño tono dorado, su pelo era rojo y su piel tan blanca y frágil que parecía a punto de resquebrajarse bajo cualquier tacto. La llamaron Sherezade y justo después de ponerle el nombre, su madre murió de un extraño mal. Cuando su padre la vio, comprendió que su pequeña había heredado el mismo mal que su madre. Su piel pálida hacía creer que si salía al oscuro mundo real, no lo podría soportar. Así que decidió mantenerla segura y a salvo en una jaula de cristal.
Sherezade creció allí dentro, sin saber de la crueldad real que había en el frío mundo que hostil se movía fuera de su pequeña jaula. Su padre le cantaba melodías que a ella le sonaban a mares turquesa, cielos rosados y campos de rojas flores. Dentro de su mundo, ella pintaba sueños de colores, ajena a la triste realidad, soñando vidas increíbles, segura de que, algún día, todo aquello que inmortalizaba con sus pequeños deditos en los blancos lienzos que su padre le traía, sería algo más que dibujos para ella.
Cuando cumplió 10 años lo preguntó por primera vez, quería salir al mundo real y ver lo que su mente soñaba. Su padre se negó, le habló de su rara enfermedad, esa que la hacía ser más pálida que los lienzos en los cuales pintaba. Ella no dijo nada, solo bajó la cabeza y continuó pintando. Esperó un tiempo y volvió a preguntar, obtuvo la misma respuesta y así Sherezade crecía preguntando y recibiendo negativas. Su padre empezó a colmarla de regalos, para intentar acallar sus ganas de ser libre, pero nada parecía contentar a Sherezade que cada día pintaba con un color menos. Su familia, preocupada, buscó por todos los rincones del mundo colores que no conocieran, para traérselos a Sherezade y conseguir que volviera a llenar su vida de alegría y color. Sherezade fue la persona en el mundo que más colores tuvo en sus manos, dicen que pintó con colores que ya no existen, que pintó con el color del cuerno de los unicornios, con el del polvo de las hadas. Pero eso no importaba, cada vez que recibía una negativa a su pregunta, eliminaba un color de su vida. Sus preguntas cada vez eran más continuas y su padre no acertaba a encontrar colores nuevos más rápido de lo que la niña los descartaba para siempre.
Una mañana fría de Enero, Sherezade se vio con solo tres colores en su vida. Rojo, negro y gris. Miró triste a su padre y le preguntó de nuevo.
-Papá, ¿puedo salir a ver el mundo real?
Su padre se encogió en su butaca, mirando a su niña palidecer mientras alejaba el tono gris de su lienzo tricolor. Dudó un segundo, con los ojos tristes apuntó estuvo de ceder, pero no podía hacerlo, no podía dejar que su pequeña saliera a ese frío mundo de dolor. Ella no sabía como era aquello, no lo podría soportar. Ocurriría como a su madre y no quería perderla del todo, su pequeña era el vivo retrato de ella, tenerla allí era como no haber perdido del todo a su esposa. Así que con todo el pesar de su corazón, de nuevo negó.
Sherezade alejó del todo el gris mientras destruía el lienzo que acababa de pintar. Sacó otro en blanco y lleno todo de rojo y negro. Oscuridad y sangre. Pintó un lienzo de dolores desgarradores y dejo que sus lágrimas se escurrieran sobre los colores convirtiéndolos en ríos de tinta que parecían querer llenarlo todo. Levantó la vista de nuevo a su padre, suplicándole esa vez, sin formular la pregunta, pero ya no hacía falta hacerlo. Su padre sintió flaquear su corazón, pero no debía ceder. Ya no tenía sentido hacerlo, si ella dejaba de pintar podría buscarle otros sueños. Podría comprarle un piano, una guitarra, un violín, hacer que la música llenara su vida de melodía en lugar de hacerlo con colores. Así que la miró de nuevo y negó.
Sherezade alejó el negro y volvió a destruir el lienzo. Empezando a pintar en uno nuevo tan solo con el rojo. Sus lágrimas eran cada vez más abundantes. Se puso de pie, mirando a su padre a los ojos a través del frío cristal de su jaula y suplicó. Su padre negó. Sherezade alejó el lienzo y el único color que quedaba en su vida, se dejó caer en el suelo y lloró. Lloró como nunca antes había llorado nadie. Sherezade lloró ríos, mares, tormentas. Lloró tanto que en unos minutos sus propias lágrimas le cubrían la cintura.
Su padre se asustó, si continuaba llorando así la jaula que creó para mantenerla a salvo, sería su perdición. Intentó consolarla, decirle que no llorara, pero nada parecía poder detener ese llanto que amenazaba con ahogarla en su dolor. Corrió en busca de las llaves de la jaula de su pequeña, el mar de dolor que salía de ella llegaba ya hasta su cuello y Sherezade continuaba llorando. Encontró la llave e intentó abrir la puerta para liberar a su pequeña de su mortal encierro de cristal, pero la puerta no se abría. Demasiados años luchando porque no se abriera la habían sellado de forma permanente. La pequeña Sherezade se ahogaba en sus propias lágrimas ante la mirada atónita de su padre que no podía hacer nada. Corrió hacía la butaca y la estrelló contra el frío cristal, pero no sirvió de nada, ni un solo rasguño consiguió infligir. Había construido aquella jaula para eso, para que nada pudiera destruirla, para que su pequeña viviera siempre feliz en un mundo mejor que lo que él había visto fuera. Y ahora él mismo había condenado a muerte a su más preciado tesoro, al sueño de su vida. Estaba viendo ahogarse lo que más amaba y todo por su culpa, por querer guardarlo tanto. Aporreó el cristal con las manos, hasta sangrar, mientras su pequeña se ahogaba sin dejar de llorar un mar de sueños rotos. Los colores con los que había pintado alguna vez se mezclaban con sus lágrimas creando un mar que parecía sacado de alguno de sus primeros dibujos. Su padre se aferró al cristal, mientras sus manos ensangrentadas golpeaban suplicando porque su pequeña no se ahogará, pero de nada sirvió. La vio morir entre colores y lágrimas en su jaula de cristal y se odió a si mismo por haber sido tan cobarde de no dejar que sus sueños vivieran de verdad.
Este cuento no es para los que guardan sus sueños bajo llave, es para los que los dejan volar libres para ver si se pueden realizar, es para los que tienen el valor de luchar por ellos, por los que golpean las jaulas que la vida nos impone. Hay muchos tipos de jaulas, algunas son tan bonitas que ni parecen una jaula, llenas de cosas que creemos necesitar. Algunas son simplemente nuestra piel, nuestra mente, nuestra cobardía, nuestros prejuicios. Hay jaulas que son la familia, o son nuestros amigos, hay jaulas que somos nosotros mismos y nuestro miedo al que dirán. Este cuento no es para ti si estás entre esa gente…
Este cuento es para los que se caen mil veces y mil una se levantan, con una sonrisa en el rostro y más ganas de batallar. Para los que se atreven a llorar sabiendo que después del llanto lucharán de nuevo aunque les duela cada día más. Es para los que ríen cuando deberían llorar y lloran cuando deberían reír. Para los que no tienen miedo de decir que no cuando están cansados de aguantar. Para los que nunca olvidan sonreír por muy gris que esté la vida. Para los que a pesar del miedo al fracaso buscan su meta en el incierto futuro que les espera. Este cuento es para la gente con valor pero con miedo, con orgullo pero humilde, con fuerza para aguantar los más duros golpes pero suavidad para regalar las más tiernas caricias.
Este cuento es para ti, que sabes quien eres, que has llorado cada lágrima de Sherezade y has luchado por abrir su jaula de cristal.
Ahora hazle un favor a ella y libérala.