Miro la hora en mi iPod, desde la caída del otro día mi reloj no funciona, este marca las 22:59. Solo llevo 59 minutos aquí, 59 minutos en el trabajo que se me asemejan a 59 horas, 59 días, 59 vidas.... Los minutos no pasan, se arrastran lánguidamente. Cinco segundos adelante, tres hacia atrás. El tiempo se burla de mi. Parece una triste marcha de condenados a la horca, gente que camina hacia la muerte y que intenta retenerse en este mundo solo un poco más, solo unos segundos, solo un suspiro. Lo que hacen es alargar mi agonía hasta el infinito.
Hoy todo cuesta más. Me duelen las manos, la boca, la garganta, la espalda, las piernas, los ojos... ¡Me duele todo y no siento nada! Cuesta respirar, es como si mis pulmones no alcanzarán a llenarse de todo el aire que necesito para poder vivir, para sobrevivir. Me falta el oxigeno, boqueo, me ahogo, pero sigo aquí, sin sentir, sin dolor pero sufriendo un calvario.
Me duelen los ojos, mis párpados pesan. Me miro en el cristal que tengo delante, veo mi triste reflejo. Voy maquillada, más que ayer, sé que soy guapa, sé que tengo una piel blanca pero bonita, pero hoy no esta. Miro mis ojos y parecen ennegrecidos, las ojeras aparecen por debajo del maquillaje, tengo los párpados hinchados, la piel gris, sin vida, sin brillo. Dos ojos tristes me miran desde el espejo.
¿Esa soy yo?
No me reconozco. No puedo ser yo. ¿Donde está mi luz? ¿Donde está mi alegría? ¿Y el brillo que tenía ayer en los ojos, donde está? Parecen ojos que se han pasado llorando penas los últimos 10 años, las últimas 10 vidas. Siento un terrible nudo en la garganta. Tengo ganas de llorar. Por eso mis ojos están así, porque quieren llorar.
¡Ahora no, aquí no!
Les suplico. No podría aguantarlo, no podría hacerlo, no podría reprimir ni una sola de mis lágrimas cuando empezaran a resbalar por mis mejillas. Sacudo la cabeza, miro a mi alrededor y sonrió. Es una sonrisa falsa, irónica, carente de la alegría que acostumbro regalar a todos, pero es lo único que puedo hacer para evitar llorar.
Cuesta caminar, cada paso es como intentar saltar con un saco de piedras amarrado a los tobillos. Lo veo un reto imposible, una quimera. Antes me sobraba tiempo en cada unidad, ahora veo con tristeza que apenas llego a poner el último patche. Me siento cansada, derrotada, sin fuerzas, sin ganas... ¡Inútil! Me siento inútil.
Cuesta levantar los brazos, pesan el doble, el triple, mil veces más. Los miro, lleno de moretones, cicatrices, golpes, heridas y cortes pero no es por eso porque me duelen, no son las heridas de mi piel las que hacen que mis brazos hoy no puedan con el peso del manipulador. Los toco, están fríos, hoy los de mantenimiento han arreglado el aire acondicionado y me da de lleno en la cara, en el cuerpo, en toda la piel que el triste uniforme verde deja el descubierto, el aire sale a 10 grados. Hace frío, todos lo dicen. ¿Debería sentirlo? No lo noto, no lo siento, no siento nada.
Miro las palmas de mis manos. Rojas. Están rojas. Ha habido una avería y las unidades llegan directas del horno, un horno que las pone a más de 300 grados. Creo que por eso están enrojecidas, me estoy quemando. ¿Debería dolerme? No siento nada, no arden, no queman, no duelen. Mis compañeros dicen que encienda los ventiladores, que me voy a quemar, pero me da igual. Cuando me quemo recuerdo que estoy viva, que sigo aquí y creo que es algo que no debo olvidar. El Miguel viene y enciende los ventiladores, dice que no haga el tonto, que yo tengo que trabajar sin guantes y las unidades están a más de 120 grados cuando nos llegan.
¿Es que nadie sabe que cuando me duele el alma me gusta que me duela el cuerpo también?
¿Tan difícil es de entender que me gusta sentir en mi piel lo que mi alma padece?
No se lo digo, ni tan siquiera contesto. Supongo que creerá que es por la música, hoy no me he quitado el iPod de los oídos ni un solo segundo, creo que ni he saludado cuando he llegado, de hecho, ni he pasado por el área de descanso donde nos juntamos todos antes de entrar a trabajar. No tengo fuerzas, no tengo ganas, no tengo una sonrisa para nadie, es mejor que me dejen en paz.
La música resuena en mis oídos, pero no la oigo. Miro la hora de nuevo, las 23:27, faltan 3 minutos para el primer descanso, para los primeros 11 minutos de relax de la noche y no tengo ganas de que lleguen, no tengo ganas de nada. Mi compañera me sonríe, me dice que anime esa cara, que hoy parezco triste, que vaya con ella a la calle, pero no tengo ganas. Busco mi teléfono móvil en el bolso y marco el número de nuevo, de nuevo, el estúpido mensaje.
"El teléfono al que llama no se encuentra dentro del área de servicio o esta apagado"
Definitivamente, no voy a salir a la calle, ¿para qué? Si no me sirve para hablar con ella. Por primera vez esta noche, escucho la música que suena en mi iPod, lleva casi 2 horas sonando y no he escuchado nada. Suena una melodía triste, sé que es de Yann Tiersen, pero no recuerdo el nombre, tengo tanto Tiersen en este iPod... Miro el título y solo puedo sonreír de manera sarcástica Father and Mother ¿No te parece irónico, amor mío? Solo he escuchado una canción en toda la noche, y es de Tiersen, tengo 166 canciones de Tiersen en el iPod, y justamente se ha de llamar Padre y Madre. La vida es una ironía.
Mis compañeros vuelven, el Alex "Amo" se me acerca y me hace una pregunta, simple, concisa, sencilla. "¿Qué te pasa?" Y yo no sé que responder. ¿Que qué me pasa? ¡Todo! Me pasa que estoy a casi 10.000 kilómetros de Sol, de la persona que más me importa en este mundo, de la chica a la que amo, de la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida. ¡Eso me pasa! "Nada" es lo único que mis labios consiguen decir, lo primero que digo en toda la noche. Veo como se aleja insatisfecho por mi respuesta, pero no hay nada más que hacer, él lo sabe, yo lo sé, ¿así que para qué calentarme la cabeza con sus preguntas?
Vuelvo a mirar la hora, faltan 22 minutos para el bocadillo. 22 minutos que parecen hechos por el triple de segundos que les corresponde a cada uno de ellos. ¿Por qué el tiempo es tan cruel conmigo? ¿Por qué pasa veloz cuando lo quiero retener y se arrastra cuando lucho porque los minutos pasen y dejen de torturarme? La respuesta es sencilla, la vida es irónica de nuevo.
De pronto las luces se apagan, esa es la señal. Es la hora del bocadillo, los 30 minutos donde 14 personas nos sentamos en una mesa que es para 8. Yo soy la única mujer que se sienta en esa mesa, pero ahí no hay problemas, no hay burlas, nadie habla de mi como "La Pelirroja", nadie cree que soy una enchufada, allí estoy bien. Ellos se dan cuenta de como estoy, me cuidan, me preguntan, me animan y solo hacen burlas cuando saben que estoy bien. Salgo a la calle y vuelvo a marcar los malditos 15 dígitos del número de teléfono de Sol. De nuevo el mismo maldito mensaje. Llego a la mesa triste, cansada, abatida, sin ganas de comer. Abro la bolsa. Dos nectarinas y una pera.
¿Podré comérmelas?
Hoy no he podido comer nada en todo el día. Veo que el Jero me mira, él siempre se da cuenta de como estoy, él es el único que sabe toda la historia sobre Sol, él es quien me ha dicho "Sube a ese avión y no te lo pienses, que hay cosas que solo suceden una vez en la vida". De pronto, suena el teléfono mientras estoy paseando la pera entre mis dedos sin saber bien que hacer con ella, pero suena el teléfono y todo cambia. Miro la pantalla y sé que es él. "Llamada" puedo leer. Solo eso. Eso solo me sale cuando es ella. Agarro el teléfono y cruzo el comedor corriendo. He oído a mis compañeros decir algo, no sé el qué. Antes hablaban de mi mala cara, cuando vuelva no sé de que hablarán. Descuelgo y, por fin, tras lo que me han parecido siglos de sufrimiento, escucho tu voz.
Parece hasta distinta, más grave, más dura, como con más dolor. ¿Quizás es porque te cuesta hablar a causa del dolor? ¿Te duelen los labios? A mi sí. Me das las gracias por el remedio, por enviarte compañía, me dices que estas bien, sé que me quieres convencer. No quieres que me preocupe por ti, pero no puedo evitarlo. No sé si te has dado cuenta, pero mi voz se ha quebrado mientras hablábamos. Por eso he guardado silencio, no quería llorar. No quería que me escuchases llorar. No así. No estando tan lejos la una de la otra. Guardo silencio unos segundos, respiro profundo y consigo que mi vista vuelva a ser normal. Si ya no veo cristalino, es que las lágrimas se han ido.
Te escucho y siento calor de nuevo en mi, siento frío, siento que me duelen las heridas de nuevo. Vuelvo a sentir todo. Me dices que estarás bien, que me quieres, que me cuide y que mañana hablaremos y todo parece mejor. Quiero creérmelo y poder sonreír. Parece que ha funcionado porque cuando he vuelto a la mesa, todos me sonreían y el Jero me ha enviado una mirada cómplice que no ha dicho nada y lo ha dicho todo. Al cabo de un rato, todos se preguntaban quien es mi nuevo amor. Yo solo sonrío y miro tu foto en el movil.
¿Nuevo amor? ¡Es mi único amor posible!